Jn. 11. 1-45
6 Abril 2014

Señor, resucítame
de la oscuridad que no me deja ver tu luz,
de la oscuridad que no me permite disfrutar de tu presencia,
del pecado que no me deja verte, de las situaciones que me impiden ser libre.
Resucítame del vacío de mis palabras, de la frialdad con la que te trato,
de la falta de sentimientos para llorar con el que sufre.
Resucítame, Señor…y cuando me resucites,
que nunca olvide que fuiste Tú quien me gritó: ¡“sal afuera”!
TEXTO BÍBLICO Jn 11. 1-45
Resurrección de Lázaro
1 Había caído enfermo un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana. 2 María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. 3 Las hermanas le mandaron recado a Jesús diciendo: «Señor, el que tú amas está enfermo». 4 Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
5 Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. 6 Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba. 7 Solo entonces dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea».
8 Los discípulos le replicaron: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver de nuevo allí?». 9 Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; 10 pero si camina de noche, tropieza porque la luz no está en él». 11 Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo».
12 Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará». 13 Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. 14 Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, 15 y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su encuentro».
16 Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él».
17 Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. 18 Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; 19 y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
20 Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. 21 Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. 22 Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
23 Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». 24 Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». 25 Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; 26 y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
27 Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». 28 Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama». 29 Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él: 30 porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado.
31 Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. 32 Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano».
33 Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu, se estremeció 34 y preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado». Le contestaron: «Señor, ven a verlo». 35 Jesús se echó a llorar.
36 Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!». 37 Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
38 Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. 39 Dijo Jesús: «Quitad la losa». Marta, la hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días». 40 Jesús le replicó: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?».
41 Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; 42 yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
43 Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera». 44 El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». 45 Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Este relato es una catequesis sobre la vida verdadera y la fe en la resurrección definitiva.
En él se pasa de la narración de la enfermedad, la muerte y la sepultura de Lázaro, hasta la resurrección al cuarto día.
Entre líneas aparece la humanidad llena de ternura de Jesús que no reprime las lágrimas ni los sollozos, la confidencialidad de la amistad y el misterio de la filiación divina.
Jesús se presenta, sobre todo, como el Señor de la vida. Él colabora con el proyecto inicial de Dios, que crea y da la vida a todos los seres. Dios siempre está y apuesta por la vida.
Jesús declara ‘Yo soy la resurrección y la vida’ y promete que quienes creen en él no morirán jamás. Marta expresa su fe en que Jesús es el Mesías prometido.
Jesús resucita a Lázaro de entre los muertos para que la gente crea que Él es el Hijo de Dios. Muchos creen en él, pero para los dirigentes religiosos Jesús se convierte ahora en una amenaza tan grande que planean la manera de matarlo.
Nuestra resurrección para la vida comienza en el bautismo. La vocación del cristiano, en su existencia terrena, es crecer en la verdadera vida y comunicar esta vida a los demás.
Desde la creación, el ser humano recibió la encomienda de re-crear la naturaleza para transformarla al servicio de todos los hombres.

Todo el misterio de la redención es un misterio de compasión y de amor.
Considera el llanto de Jesús junto a la tumba de su amigo Lázaro. Si sabía que iba a devolverle la vida, ¿por qué llora?
Todas las miserias humanas –cuya culmen es la muerte corporal- producen en Jesús esas lágrimas de compasión. ¿Te compadeces y estás cerca de las personas que sufren: paro, sin techo, la guerra…y están sin esperanza, sin ilusión y para las que Dios no cuenta? ¿Cómo les ayudas o compadeces?
El amor es un don. En Jesús vence el amor muriendo por nosotros. El amor, para vencer, debe saber perder: ésta es la ley fundamental del cristiano. No podemos obtener ningún bien para los demás sin perder nosotros mismos por amor. ¿Qué estás dispuesto/a a perder para que “ganen” otros?

Tú eres, Señor, la Resurrección y la Vida.
Creo que Tú eres mi vida y que lejos de ti no encontraré más que la muerte. Eres, Jesús, la vida de mi entendimiento, de mi voluntad, de mis sentidos, de mi alma… Eres Vida de mi Vida.
Señor, me has resucitado… de tantas cosas. Gracias.
Válete de mi miseria, quiero servirte para llevar la Vida al que está muerto por la falta de ilusión, de esperanza, de amor… por el pecado Aquí está mi vida. ¡Tómala, Jesús!

Contempla como Jesús te dice “sal afuera”. ¿Qué ataduras te impiden salir y caminar?
Deja que tus sentimientos reposen serenos ante Jesús, que te da su misma vida.
Agradece que el Señor ha venido a traerte Vida y Vida abundante.

Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí vivirá.
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: “Tu Palabra me da vida”
En tu oración, durante la semana, agradece a Dios el don de la vida y cuantos medios ha puesto a tu alcance para crecer humana y espiritualmente.
Esfuérzate para que tu vida, que ha recibido la Vida, irradie y contagie a los que te rodean de la luz, de la alegría, de la amistad y cariño, de la esperanza que has recibido.
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