“La Gloria
de la Pascua ”
“¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?”
Esa es la pregunta que la comunidad de los cristianos dirige en este día de
Pascua a María Magdalena. Nosotros somos los que creen si haber visto. Por eso
nos atrevemos a preguntar a los testigos de la primera hora qué es lo que han
visto. En la mañana del aquel primer día de la semana. En la mañana de nuestra
fe.
“¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”. En ese
grito gozoso de María Magdalena se concentra la fuerza de los versos de la
secuencia que se proclama en la liturgia de hoy. El amor es más fuerte que la
muerte y la esperanza verdadera no sucumbe cuando se agotan las ilusiones inmediatas.
El Resucitado es la fuente de la vida. Y el sentido para la vida.
El himno pone todavía en boca de Magdalena una
invitación que se dirige a todos los discípulos del Maestro: “Venid a
Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua ”. El ministerio de
Jesús comenzó en Galilea. Y allí fue llamando a sus discípulos. Dispersados por
el miedo, han de volver a los orígenes. Y recobrar el aliento de la llamada.
VER
Y CREER
El amanecer del primer día de la semana es
evocado también en el evangelio que hoy se proclama (Jn 20, 1-9). En la
experiencia del amor, siempre se recuerdan con gozo los momentos iniciales del
encuentro. En la experiencia de la fe pascual, los cristianos volvemos con
gratitud a aquel amanecer que siguió a la condena, a la muerte y a la sepultura
de Jesús.
El texto subraya la importancia de “ver”. Al llegar al
sepulcro de Jesús, María Magdalena se espantó. Vio la losa del sepulcro del
Señor. Pero en el primer momento no pudo ver al Señor que habían depositado en
el sepulcro. De pronto sintió que le faltaba la referencia última al Señor al
que había seguido por los caminos. El creer y el ver se unían en su recuerdo.
A falta del punto de apoyo que había encontrado en el
Maestro de los discípulos, fue a buscarlo en los discípulos del Maestro. Si
ella corrió a llamarlos, corriendo fueron ellos al sepulcro. Al llegar al
sepulcro vacío, Pedro “vio” las vendas y el sudario con que había envuelto el
cuerpo y la cabeza de Jesús, pero no se dice que creyera.
El discípulo amado entró también al sepulcro. Vio lo
mismo que Pedro y comenzó a creer. Pedro no había hecho todavía su profesión de
amor a su Maestro. Magdalena y el otro discípulo son recordados por su amor.
Así pues, para creer en la resurrección no basta ver con los ojos. Es preciso
que el amor nos acerque al misterio del Señor.
El relato evangélico termina con una observación
importante: “Hasta entonces no habían entendido la Escritura : que él había
de resucitar de entre los muertos”.
• Jesús había explicado a sus seguidores que tenía que
ser condenado y que le darían muerte. Pero los discípulos guardaban en el
corazón sus propias expectativas. Sus intereses personales no les permitían
descubrir el misterio de su Maestro. Para que la fe surja en nuestra vida no
basta con escuchar la palabra del Señor.
• Jesús había preguntado con frecuencia a sus
discípulos si entendían su mensaje. Ellos solían responder afirmativamente.
Pero el relato pascual nos revela que no es lo mismo entender las palabras del
Maestro que aceptar su entrega. El proceso de la fe pasa por hacer
nuestra la vida y la suerte del Señor.
• Jesús había anunciado una y otra vez que, a los tres
días de su muerte, había de resucitar de entre los muertos. Pero los suyos se
preguntaban qué significaba eso de resucitar. Ni antes ni después estaban
preparados para ello. La culminación de la fe no se logra por las razones
humanas. Es siempre un don de Dios y una sorpresa.
- Señor Jesús, “primicia de los muertos, sabemos por
tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda. Rey vencedor,
apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa”.
Amén. ¡Aleluya!
No hay comentarios:
Publicar un comentario