domingo, 27 de abril de 2014

Canonización de S. Juan XXIII y S. Juan Pablo II





Homilía y preces del  "día de los 4 papas"


Francisco: «Juan XXIII, el Papa de la docilidad al Espíritu; Juan Pablo II, el Papa de la familia»



No se sabía cómo sería la homilía del Papa Francisco en la histórica canonización de San Juan Pablo II y San Juan XXIII. 

El Papa al final optó por una homilía más bien breve, donde ofreció una característica de cada Papa y los ligó con la Pascua y la confianza en el Resucitado, así como con la Divina Misericordia,recordando las dificultades que se vivieron en el atribulado siglo XX.

"Han sido sacerdotes, obispos y Papas del siglo XX, han conocido las tragedias, pero no les han vencido porque su fuerza era Dios, la fe en Cristo Redentor, Señor de la historia, y han confiado en la Misericordia de Dios que se manifiesta en sus 5 llagas", afirmó el Papa Francisco. 

"En estos dos hombres, contempladores de las llagas de Cristo, vivía una esperanza y alegría, la que Cristo resucitado da a sus discípulos y que nadie puede quitar".

"Es la esperanza y alegría de dos santos papas que recibieron del Señor y se dieron en abundancia al pueblo de Dios. Es la misma esperanza y alegría que se respiraba en la primera comunidad de creyentes, como leemos en hechos de los Apóstoles", añadió el Pontífice.. 

"Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para poner al día la Iglesia según su fisionomia original, la que le dieron los santos a lo largo de los siglos; son los santos los que hacen crecer la Iglesia y la llevan adelante", proclamó el Papa Francisco. 

"Al convocar el Concilio, San Juan XXIII tuvo delicada docilidad al Espiritu Santo, fue un guía guiado por el Espíritu. Por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu Santo", explicó sobre el primero de los canonizados. 

"Juan Pablo II ha sido el Papa de la familia, dijo que quería ser recordado como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo. Desde el cielo, sin duda, él la va a sostener", dijo sobre el segundo santo del día, mientras la plaza irrumpía en aplausos. 

"Que los dos nos enseñen a no escandalizarnos por las llagas de Cristo y a confiarnos en la misericordia de Cristo que siempre espera y siempre ama", concluyó, citando palabras frecuentes en las enseñanzas de Santa Faustina Kowalska, la apóstol de la Divina Misericordia que se celebra cada primer domingo después de Pascua.

Peticiones con los nuevos santos
En español, en las peticiones se pidió porque "todos los hombres reconozcan en la Iglesia a Jesús resucitado y vivo". 

La segunda petición, en árabe, insistió en la misma petición de "vida nueva" en Jesús Resucitado. 

La tercera, en inglés, recordó a los mártires. 

La cuarta, en chino, pidió la intercesión de Juan XXIII para orar por la paz. 

La quinta, en francés, leída por la religiosa Marie Simon Pierre curada por Juan Pablo II, pedía la intercesión del nuevo santo polaco para que "los hombres de gobierno y ciencia" sean conducidos por Dios.






Este es el texto completo de la homilía que pronunció el Papa Francisco:

“En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que San Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.

Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).

Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5).

San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresía del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.

En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.

Esta esperanza y esta alegría se respiraban en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47). Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.

Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisonomía originaria, la fisonomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. 

No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu.

En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”.

1 comentario:

Fernando Gámez dijo...

Al Santo Papa Juan Pablo IIº pedimos interceda y proteja a nuestros HDB, ya que a Él tanto le importaron la Familia y los Jóvenes. Y al Santo Papa Juan XXIII pedimos interceda y proteja a nuestros Gobernantes de todas las Naciones de la Tierra, para que busquen sin descanso el Bien Común y la Paz para todos y especialmente para los más necesitados. Un abrazo para todos y os rogamos que os encomendéis a ambos Santos.
Encarnita Y Fernando: Matrimonio Coordinador Inspectorial de HDB.-