LA ESPIRITUALIDAD EN LA FAMILIA
VII Asamblea de HDB, Palma del Río (Córdoba) 22 03 2014
María Dolores Ruiz Pérez FMA
1. La dimensión de lo profundo: el espíritu y la espiritualidad1
El ser humano no posee solamente exterioridad, que es su expresión corporal. Ni solo interioridad, que es su universo psíquico interior. Está dotado también de profundidad, que es su dimensión espiritual.
El espíritu no es una parte del ser humano al lado de otras. Es el ser humano entero, que por su conciencia se descubre perteneciendo a un Todo y como porción integrante de él. Por el espíritu tenemos la capacidad de ir más allá de las meras apariencias, de lo que vemos, escuchamos, pensamos y amamos. Podemos aprehender el otro lado de las cosas, su profundidad. Las cosas no son solo ‘cosas’. El espíritu capta en ellas símbolos y metáforas de otra realidad, presente en ellas pero no circunscrita a ellas, pues las desborda por todos los lados. Ellas recuerdan, apuntan y remiten a otra dimensión, que llamamos profundidad. Así, una montaña no es solamente una montaña. Por el hecho de ser montaña trasmite el sentido de majestad. El mar evoca la grandiosidad, el cielo estrellado, la inmensidad, los surcos profundos del rostro de un anciano, la dura lucha por la vida y los ojos brillantes de un niño, el misterio de la vida.
Es propio del ser humano, portador de espíritu, percibir valores y significados y no solo enumerar hechos y acciones. En efecto, lo que realmente cuenta para las personas no son tanto las cosas que les pasan sino lo que ellas significan para su vida y qué tipo de experiencias que marcan, les proporcionaron.
Todo lo que sucede porta existencialmente un carácter simbólico, o podemos decir hasta sacramental. Ya observaba finamente Goethe: «Todo lo que es pasajero no es sino una señal». Es propio de la señal-sacramento hacer presente un sentido mayor, trascendente, realizarlo en la persona y hacerlo objeto de experiencia. En este sentido, todo evento nos recuerda aquello que vivenciamos y nutre nuestra profundidad.
Por eso llenamos nuestros hogares con fotos y objetos amados de nuestros padres, abuelos, familiares y amigos; de todos aquellos que entran en nuestras vidas y que tienen significado para nosotros. Estas cosas no son sólo objetos; son sacramentos que hablan a nuestra profundidad, nos recuerdan a personas amadas o acontecimientos significativos para nuestras vidas.
Un hilo de energía, de vida y de sentido pasa por todos los seres volviéndolos un cosmos en vez de un caos, sinfonía en vez de cacofonía. Blas Pascal, que además de genial matemático era también místico, dijo incisivamente: «El corazón es el que siente a Dios, no la razón» (Pensées, frag. 277).
Este tipo de experiencia transfigura todo. Todo queda impregnado de veneración y unción. Las religiones viven de esta experiencia espiritual. Son posteriores a ella. La articulan en doctrinas, ritos, celebraciones y caminos éticos y espirituales. Su función primordial es crear y ofrecer las condiciones necesarias para permitir a todas las personas y comunidades sumergirse en la realidad divina y alcanzar una experiencia personal del Espíritu Creador.
La espiritualidad cristiana tiene su centro no en un dios etéreo sino en Jesucristo, Hijo de Dios padre-madre, rostro del dios invisible que es Amor y se ha encarnado para mostrarnos nuestra vocación humana-divina. Somos hijos en el Hijo y estamos llamados a vivir según su propio Espíritu. Se hizo uno de nosotros para engrandecernos y llevarnos a la comunión con Él, su familia.
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1
Cf. BOFF, L., http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=503
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Cf. BOFF, L., http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=503
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2. La familia templo de Dios
"La expresión primera y originaria de la dimensión social de la persona es el matrimonio y la familia" (Christifideles laici, 40); por lo tanto, la fraternidad evangélica encuentra aquí el primer ámbito de manifestación y desarrollo.
La familia ofrece una mayor posibilidad de relaciones auténticas, porque en el hogar no se muestra una máscara ni se cuida la apariencia; allí uno se manifiesta tal cual es; si la posibilidad de descubrir las mutuas miserias es mayor, también son mayores las posibilidades de encontrarse de verdad y con plena autenticidad; reconociendo con realismo y paciencia la combinación de luces y sombras que habita en uno y en los otros, la familia debería ser el espacio donde sea posible perder el miedo de amar.
Esta comunión realista está hecha de muchas ofrendas y de múltiples "negociaciones". En el diálogo sincero, cada uno expresa lo que necesita y lo que está dispuesto a aportar para salvar la comunidad familiar y para salvarse juntos. Cuando la familia pasa a ser un proyecto común y un bien preciado que los miembros quieren salvar para no fracasar, se debilitan las envidias, los celos, las pretensiones exageradas, la rutina prolongada, y se busca a todo una salida posible y creativa.
Con la habilidad que otorga el amor, siempre se puede hallar, en la relación con el otro, un atractivo insospechado.
Aunque el sueño de una familia ideal no parezca posible, "...un intento de ascensión progresiva, de avance continuo, está dentro de nuestra pobre libertad" (E. López Azpitarte, "Amor, indisolubilidad y rupturas matrimoniales": Selecciones de Teología Moral 6 [1994] 16). Porque "...amar a un ser es esperar de él algo indefinible e imprevisible, y es, al mismo tiempo, proporcionarle de alguna manera el medio de responder a esa esperanza" (G. Marcel, Homo viator, Paris 1944, 66).
En este camino es sumamente importante todo lo que ayude a mirarse, a dirigirse la palabra, a tocarse y a derribar las barreras de la indiferencia para alimentar la comunión. La familia es el ámbito donde se vive la espiritualidad de sufrir y soportar juntos los fracasos, de festejar juntos los éxitos y las alegrías, de defendernos y apoyarnos y de compartir una aventura común.
La familia es un verdadero templo, donde reside la presencia salvífica de Dios de un modo comunitario. Si hay inhabitación de la Trinidad en cada individuo, también la hay en esa riqueza de relaciones que es la familia.
En la experiencia de esta comunión familiar con el misterio comunitario de Dios, se alcanza la superación del individualismo.
El hogar es el primer espacio donde cada uno ejerce su misión evangelizadora: "Los esposos cristianos son para sí mismos, para sus hijos y demás familiares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe" (Apostolicam actuositatem, 11).
El apelativo de "pastor" que suele aplicarse al sacerdote, también podría utilizarse para los esposos: ellos son pastores entre sí y son pastores de sus hijos.
Los esposos también son arquitectos, artesanos y constructores sagrados, porque edificando pacientemente su familia participan de la edificación del cuerpo de Cristo, que "ha sido encomendada a todos" (Presbyterorum ordinis, 9).
Construyendo la familia se construye la sociedad: "La familia ha recibido directamente de Dios la misión de ser la célula primera y vital de la sociedad" (Apostolicam actuositatem, 11).
La vida familiar está llamada a dar frutos para los demás. El núcleo familiar se abre para derramar su bien en otros, con una constante creatividad en el deseo de buscar la felicidad de los demás. Porque "la fecundidad de las familias debe llevar a su incesante creatividad, fruto maravilloso del Espíritu de Dios, que abre el corazón para descubrir las nuevas necesidades y sufrimientos de nuestra sociedad, y que infunde ánimo para asumirlas y darles respuesta" (Familiaris consortio, 3 41). De este modo la familia es "símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia" (Familiaris consortio, 49), y es la mejor escuela de solidaridad.
La familia es también un núcleo evangelizador que difunde la luz y la vida del Evangelio en la sociedad.
En la familia aprendemos que el amor es una tarea y no sólo gozo. La persona que ama tiene que tomar la decisión de posponerse a sí misma para buscar y perseguir el bien de la persona amada.
Dejar atrás el propio “yo” no es fácil. De hecho hay personas que son muy egoístas y no están dispuestas a perder algo de sí mismas para que el otro gane. En este contexto se entiende el evangelio: “Quien quiera ganar su vida la perderá”. Es decir, quien se antepone a sí mismo antes que todo, está alimentando infantilmente su egoísmo, se quedará en una inmadurez que lo incapacita para amar realmente. De esta “polilla” no está libre nadie y la familia ha de vigilar y ayudarse para que sus miembros crezcan en un amor maduro.
El amor hay que inventarlo todos los días, rehacerlo, cultivarlo y cuidarlo: quien cada día no ama más ya está amando menos porque cada día recibimos una oportunidad para amar más, para superarnos a nosotros mismos en la entrega generosa de nuestra propia persona, de nuestras cualidades. Y en las familias este ejercicio es continuo.
3. La Familia de Nazaret, modelo para toda familia cristiana
La familia es santuario del amor y cauce de vida. La vida viene de Dios; Él es la fuente de la vida. Somos porque Dios nos ha llamado a la existencia; él sostiene la vida, cada vida. Jesucristo ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia (Jn 10,10).
La vida es un regalo de Dios y no tendrá fin. Terminamos nuestro credo diciendo creo en la vida eterna, es decir, en la vida plena y para siempre.
Dios quiere la felicidad de cada uno/a y de todos. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida; el Viviente, por él entramos a formar parte de la vida trinitaria.
Hechos a imagen y semejanza de Dios, estamos hechos para vivir en unidad y comunión. La familia es una y es comunión de personas; su modelo es la Trinidad.
Gálatas 4,4: al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiésemos la adopción de hijos. 6 Y por cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "Abba, Padre."
La Encarnación del hijo de Dios es el misterio central de nuestra fe. Dios se ha hecho uno de los nuestros y nos posibilita el formar parte de la familia divina. La persona cristiana vive con un sentido de la vida muy bonito y profundo: esta vida no es sólo lo que se ve, es más y está llamada a más.
Podemos aprender (somos discípulos/as) a vivir con el Espíritu de Jesús. Es un aprendizaje que dura toda esta vida.
Nacer, crecer y educarse en una familia es fundamental y básico. En ella recibimos la vida que no es “solo el pan material” (no sólo de pan vive el hombre). La tradición judeocristiana cuida la familia como cuna de la vida y regalo de Dios. El ser humano es solidario, no sólo vive sino que convive.
Jesús nació, creció, se educó y estuvo ligado a una familia: María, José y sus parientes.
Jesús es revelación no sólo con su predicación en la vida pública, sino también con la llamada “vida oculta o vida en familia con su pueblo”. Vivir con el Espíritu de Jesús, que eso es la espiritualidad, significa detenernos en contemplar su propia vida y aprender de Él, también lo que nos revela a través de su familia de Nazaret para la nuestra.
4. María y José, maestros de la fe
Los evangelios no son biografías, pero sí tenemos el dato de que María se convirtió en la esposa de José y formaron una familia hebrea normal a los ojos de sus paisanos. Pasaron ante los demás como madre y padre de ese niño que sólo Dios y María saben cómo ha venido al mundo.José será su padre ante la gente y ante la Ley2[9] y, con su trabajo y la fuerza de Dios, los sacará adelante poniendo todos los medios a su alcance. José era un hombre justo que quiere decir fiel cumplidor de los mandatos de la Torá, celoso de la Alianza. La dura realidad que se le presentó lo puso en jaque consigo mismo, pero lo resolvió afianzándose aún más en Dios.
Los padres de la Iglesia primitiva y el mismo Magisterio reciente de la Iglesia lo han admirado siempre y le han reconocido su puesto singular, al lado de María, en la educación de Jesús.
“San José habla poco pero vive intensamente, no sustrayéndose a ninguna responsabilidad que la voluntad del Señor le impone. Nos ofrece ejemplo atrayente de disponibilidad a las llamadas divinas, de calma ante todos los acontecimientos, de confianza plena, derivada de una vida de sobrehumana fe y caridad y del gran medio de la oración". (Juan XXIII) 3,
"San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad"4
María junto con José, observa puntualmente la Torá, la Ley judía según la praxis de su tiempo. El relato de Lucas 2 nos lo va mostrando:
María y José observan con Jesús el precepto de la circuncisión, etapa fundamenteal y momento extraordinariamente fuerte en la vida de cada familia hebrea: «Cuando se cumplieron los ocho días prescritos para la circuncisión, le fue impuesto el nombre de Jesús, como lo había llamado el ángel antes de ser concebido en el seno de su madre (Lc 2,21).
El rito de la circuncisión constituye un importante signo de pertenencia: cuando un niño hebreo nace, a los ocho días debe ser circuncidado en observancia de cuanto fue ordenado por el Señor a Abraham en el Génesis (Gen 17,9-12). Es un signo material e imborrable en el cuerpo que evidaencia la pertenencia al pueblo de la “alianza” a la que Dios continúa siendo fiel. Se trata de un rito tan importante que la tradición rabínica lo define como la síntesis de toda la Torá. Lucas nos presenta a Jesús, nacido de María, de madre hebrea, como hijo de Israel adquiere el título pleno en cuanto circuncidado según la Torá, al cumplirse el octavo día.
Siempre según la Tradición es en esta ocasión cuando se le impone oficialmente tel mombre, y esto ocurrió también para Jesús: “le fue impuesto el nombre de Jesús (Jeoshu'ah)", que en hebreo significa Dios salva. A tal propósito merece la pena recordad que en la tradición judía el nombre es siempre signo del propio destino, de la vocación a la que se es llamado.
La «presentación” en el Templo. Justo después de haber descrito la circuncisión de Jesús, Lucas nos narra una serie de gestos cumplidos por María y José en el templo de Jerusalen por él definidos “según la Torá”:
«Cando se cumplieron los días de su purificación según la Torá de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo/ofrecerlo al Señor como está escrito en la Torá del Señor: "todo varón primogénito será consagrado al Señor"; y para llevar en sacrificio/ofrecimiento una pareja de tórtolas o dos jóvenes palomas como prescribe la Torá del Señor (Lc 2,22-24)».
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2
José, aceptando reconocer a Jesús como hijo suyo, aunque no lo fuera, le transmite su genealogía y, por tanto,
transmite a Jesús su propia genealogía, de este modo Jesús entra en la tribu de Judá y no en la de la madre. A todos los
efectos, Jesús, según el derecho judío, será el hijo de José, aunque éste no fuera su padre biológico. San Marcos y san
Pablo, en sus escritos, nunca nombran a José directamente, pero sí su estado jurídico que le viene del padre: es “hijo
de David” (Mc 10,47.48), es “estirpe de David”.
3
JUAN XXIII, Alocución 17-11-1963.
4
JUAN PABLO II, encíclica Redemtoris Custos, 8. 5
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El primer nacido, en cuanto primicia, es sagrado: es propiedad de Dios como lo es la tierra de los cananeos. Para poder conducir una vida normal debe ser rescatado de la condición profana. A este propósito la Biblia narra el caso del profeta Samuel que, insólitamente sustraído del rescate, transcurrirá toda su vida en el Santuario de Siló donde recibirá la llamada de Dios (cf 1Sam 1,27-28).
El rescate del primogénito se realiza al mes del nacimiento, después de 30 días y consiste en dar cinco monedas de plata al sacerdonte del Templo. Hoy, que no hay Templo de Jerusalén, se llama a un descendiente de la estirpe sacerdotal (cohen) el cual recita la fórmula del rescate, recibe del padre las cinco monedas de plata y las da en benficiciencia. Como ocurre a menudo en la Tradición hebrea también este rito es puesto en relación con el acontecimiento fundante de la historia de Israel, el éxodo de Egipto: «Cuando tu hijo mañana te pregunte: “¿qué significa esto?” Tu le responderá: “con la potencia de su mano el Señor nos ha hecho salir de Egipto donde eramos esclavos. El faraón se obstinaba en no dejarnos partir y el Señor hizo morir a todo primogénito de Egipto, tanto de hombres como de ganado. Por esto yo ofrezco en sacrificio al Señor todo macho [del ganado], primicia del seno materno, y rescato al primogénito entre mis hijos”» (Es 13,14-15). Este rescate del primogénito varón debe ser hecho en el día 31 del nacimiento y, a diferencia de la circuncisión, si coincide con el Sábado o con una fiesta solemne, se traslada al primer día ordinario.
Lucas narra el rescate de Jesús que, segun su narración, podría haber tenido lugar contemporáneamente a la purificaición de María. Esta interpretación puede explicar el uso del plural en v.22: se estaría refiriendo al retorno ya de María ya de Jesús a la profanidad de la historia; entre ambos de hecho participan en la esfera de la sacralidad en virtud de la transmisión de la vida y de la primogenitura. De nuevo, este modo de proceder confirma la “fe hebrea” de María y de la familia de Nazaret, y su ser testimonios de la tradición de Israel que Lucas subraya con particular énfasis en v.39: «Cuando cumplieron [etélesan] todo según la Torá del Señor retornaron a Galilea, su ciudad de Nazaret» (Lc 2,39).
Solo después de haber cumplido todos los preceptos de la Torá que acompañan el nacimiento del varón, María y José dejan el Templo de Jerusalén para volverse a casa.
María y José educan a Jesús según la Tradición y lo prepara para la “madurez religiosa”. Lc 2 continúa despues con una sintética y la pidaria afirmación relativa a la vida de Jesús niño en Nazaret: «El niño crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría , y la gracia de Dios estaba con él» (Lc 2,40).
Tal afirmación encuentra su particular conexión con la vocación a la santidad en el ámbito de la experiencia familiar típica de la tradición hebrea: como hemos visto, es propio de este el espacio de consagración/santificación en el cual la Shekinà, la "presecia" del Dios de Israel, se manifiesta a través de relaciones de amor auténtico, y en particular a través de la presencia de la mujer. Y es en este contexto donde se sitúa la infancia y la adolescencia de Jesús bajo el signo de la “sabiduría” y de la “gracia” que, no por casualidad, Lucas expresa con los términos de sophía y de jàris, los cuales comprenden respectivamente los significados de "sabiduría de Dios” y “gracia”, entendida como una particular manifestación de su presencia. Se puede, por tanto, ver una significativa relación entre la santidad de Dios, la santidad de María y de José y la santidad de Jesús que viene descrita como objeto de tal manifestación divina. Es de señalar una vez más el teocentrismo lucano: Jesús es mencionado indirectamente a través del término paidíon, "niño", mientras entre la gracia y la sabiduría divina de la que él es objeto son descritas de manera explícita subrayando el horizonte profético en el que la infancia y la adolescencia de Jesús se sitúan. Todo esto es de nuevo señalado en Lc 2,52 donde en vez del nombre de Jesús aparece explícitamente: «Y Jesús crecía en sabiduría, edad/madurez y gracia delante de Dios y de los hombres» (Lc 2,52). 6 Lucas, además incluye entre estos dos versículos (Lc 2,40 e 52) el episodio del encuentro de Jesús entre los doctores del tempo. Según estudios recientes en el ámbito de diálogo cristiano-hebreo5, podría verse en él una particular etapa religiosa tradicional del muchacho hebreo, que se prepara a la misma precisamente a partir del testimonio recibido en la familia y, en primer lugar, de su ser hijo de “madre hebrea”.
Sobre esta línea interpretativa se pueden situar las informaciones que Lucas ha puesto en el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea: su enseñar en las siangogas, su paso de discípulo a maestro, es el gesto cumplido en la Singagoga de Nazarte donde «entrando, según su costumbre en sábado [...] se levantó para leer» (Lc 4,15-16). Solo quien crece en una familia obsevante y es reconocido adulto en la comunidad puede realizar gestos de esta índole.
En Nazaret José y Jesús recitaban cada mañana y cada tarde el Shemá Israel (Deut 6, 4). María escuchaba, se unía en silencio a ellos, como cada mujer educada lo hacía. José y Jesús recitaban la oración del Qaddish cuando habían leído un trozo de las Escrituras.
También en esta ocasión María escuchaba: Que sea exaltado, glorificado, celebrado su nombre santo. Que viene su reino en nuestros días. María sabía que la santificación del nombre venía no en palabras, pero sí en la vida.
El momento culminante de casi todas las grandes fiestas hebreas no tiene lugar entonces en la Sinagoga, sino en familia, alrededor de la mesa, donde el signo de la presencia divina son las luces que la mujer debe encender subrayando la confluencia del “tiempo de Dios” en el tiempo de la historia: la casa se convierte en un “espacio sagrado” en el cual la mesa común se convierte en “el altar doméstico”.
Pero no se trata solo de la liturgia de las grandes fiestas o de la celebración semanal del Sábado: cada comida para un hebreo es un “momento sagrado”, y no sólo porque se bendice la mesa y se da gracias a Dios por sus dones, sino porque a la comida están conectadas dos observancias hebreas fundamentales: la kasherut o normativa sobre los alimentos que están permitidos y sobre el modo de prepararlos, y la hospitalidad hacia el pobre y el forastero. La cocina hebrea está estrechamente ligada al calendario litúrgico: hay un tipo de comida para cada fiesta, por tanto no debe maravillar que muchos aparentes “recetarios” son una colección de recetas, oraciones y explicaciones rabínicas justo para cada evento6 . En este contexto la mujer es la garante tanto de la kasherut como de la organización de toda la liturgia doméstica que sobre todo, durante la celebración del Sábado, la tiene como protagonista principal. Se puede afirmar que ser hebreos en cuanto “nacido de madre hebrea” está estrechamente unido al hecho de que se toma conciencia de esto y se madura el sentido de pertenencia a este pueblo gracias a los gestos y a las palabra confiadas de manera particular a la mujer, através de los cuales se hace constantemente “memoria” de la propia Tradición de fe.
5. Frutos del Espíritu
La espiritualidad, la vida espiritual bien vivida produce sus frutos y nada más perceptible que éstos. Los tenemos enumerados en Gálatas 5,20-22. En realidad es uno sólo; un único fruto que se especifica en distintos términos:
A. Actitudes internas del corazón: el ágape (cordialidad, simpatía, corazón abierto); la jara (serenidad de espíritu, capacidad de dar alegría, de consolar); la eirene (paz, capacidad de dar y poner paz); la makrothimia (capacidad de soportar situaciones penosas e interminables sin cansarse)
B. Hay dos actitudes (chrestotes y prautes) que atañen a la comunicación verbal: acogida, amabilidad en el trato, dignidad, confiar en la persuasión y en la no violencia, exclusión de toda ________________________________________
5
Cf EPHRAIM, F., Gesù ebreo praticante, Milano, Ancora 1993, 38-40; FLUSSER D., Jesus, Brescia, Morcelliana
1997, 41-42.
6
Un ejemplo: AA.VV., Le feste ebraiche. Tradizioni Canti e Ricette da tutto il Mondo, Firenze, Logart Press 1987. 7
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voluntad de hacer daño, confiar en la comprensión mutua, la palabra persuasiva y amable consigue más que el enfrentamiento.
C. Agatosine y Pistis atañen a la acción, al comportamiento: la bondad, el deseo de dar y de hacer el bien a nuestro alrededor, la generosidad, la capacidad de dar con gusto (observese que pistis no es la fe teológica sino el sentido de fidelidad; más concretamente la capacidad de servir de apoyo a los demás, de inspirarles confianza)
Una familia que vive según el Espíritu de Jesús, es la que sabe producir en sus miembros este fruto del Espíritu y, “irremediablemente” evangeliza, porque evangelizar es hacer presente a Cristo resucita con la palabra y el testimonio, incidiendo en crear un contexto de signos del Espíritu. La “carga” espiritual de una familia también se expresa en la “Todah” (gracias en hebreo), la alabanza, y en esto nuestra Maestra y la de Jesús es María con su Magnificat, que son el anticipo de la Bienaventuranzas. Y la acción de gracias más grande que podemos dar los cristianos la realizamos en la celebración de la Eucaristía, que vivida desde la Familia adquiere una irradiación para el mundo.
La espiritualidad salesiana es espiritualidad mariana: vivir educando con el Magníficat en el corazón. En nosotros los mismos sentimientos de María hacia Dios, su fe, esperanza y caridad; su mirada fija en Jesús. Su situación en la historia desde los pobres, su ser colaboradora del Señor y auxiliadora de quienes la necesitan. Solamente acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso a quienes el Señor nos ha puesto en el camino de la vida, podremos entonar con alegría un canto de alabanza al Señor.
6. Conclusión.
Según la vocación específica de laicos y laicas en la Familia Salesiana, cada miembro de los Hogares don Bosco, debe tener ante sí "el espíritu" don Bosco:
"sacerdote celoso, ansioso del bien de las almas... consagrado por entero a la piadosa labor de arrancar del vicio, del ocio y de la ignorancia todo aquel gran número de muchachos... (para darles) aquella instrucción que, por encima de todas las otras disciplinas, es la única necesaria, la instrucción religiosa; él los acostumbra a cumplir con sus deberes, a ejercitar el verdadero culto a Dios, a convivir amigable y socialmente los unos con los otros. Junto al Oratorio, se alzan también las escuelas... e igualmente está el aludido recinto en el que los jóvenes... se entretienen con sencillos juegos e innumerables diversiones... En medio de ellos, se encuentra siempre Don Bosco, que es constantemente para ellos maestro, compañero, modelo y amigo"7
.
Y estos sencillos principios que don Bosco dio a las primeras futuras Hijas de María Auxiliadora (fundadas por don Bosco en 1872), desde 1869. Son un auténtico proyecto o programa de vida. Tenían que estudiarlos, asimilarlos y vivirlos. Sor Petronila Mazzarello, mucho tiempo después, los recordaba bien y los podía dictar y transmitirlos fielmente. Por otra parte, eran principios decididamente en sintonía con la práctica educativa de María Mazzarello y de sus primeras compañeras. Estos son los 4 principios de la mística salesiana:
1º Ejercicio especial de la presencia de Dios, con el uso de jaculatorias frecuentes.
2º Amor al trabajo, de modo que cada una pudiese decirse a sí misma: me mantengo con el sudor de mi frente.
3º Trabajo constante sobre la propia naturaleza para formarse un carácter paciente, alegre, capaz de hacer amable la virtud y más fácil vivir juntas.
4º Verdadero celo por la salvación de las almas: por eso, en los recreos y en las relaciones con los externos, entrar en sus puntos de vista interesándose prudentemente por sus cosas, para acabar después de buenas maneras con una buena palabra; animando a los padres a mantener a sus hijas lejos de los peligros.
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7
Rivoluzione e Cclero. Oratorio di S. Francesco di Sales in Torino, in “L’Armonia della Religione colla Cibidlta”,
venerdì 4 maggio 1849, anno 2º, n. 53, pp. 211. 8
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Hacerse amar más que temer por las niñas; mantener una vigilancia atenta, continua, amorosa, no pesada, no desconfiada; mantenerlas siempre ocupadas con la oración, el trabajo, el recreo; formarlas en una piedad verdaderamente seria, combatiendo en ellas la mentira, la vanidad, la ligereza.
Este texto es una summa pedagogica que nos presenta los rasgos predominantes de una espiritualidad fuertemente marcada por la VIDA EN DIOS. Y el modelo no podía ser otro que la misma Virgen María, la Maestra dada por Jesús a don Bosco.
Medios para fomentar la espiritualidad:
Existen medios a nuestro alcance que nos pueden ayudar a crecer en la espiritualidad cristiana, son utilizados desde los orígenes del cristianismo.
1. Unión con Dios (Padre-Madre, Jesús, Espíritu Santo) .
2. Retiros y Ejercicios Espirituales.
3. Vida de oración (El examen o revisión del día también es oración).
4. La Biblia (Meditación, lectura espiritual, lectio)
5. Sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía.
6. Acompañamiento espiritual con una persona capacitada y práctica del discernimiento.
7. Práctica de obras de misericordia espirituales (dar buen consejo, enseñar al que lo necesite, corregir a los que se equivocan, consolar a los afligidos, perdonar las injurias, sufrir las debilidades del prójimo, rezar por los vivos y los muertos, etc.) y corporales (ayudar materialmente al que lo necesite, hospedar a peregrinos, visitar y consolar a los afligidos, etc.)
8. Devoción (y propagación) a María Auxiliadora
9. Opción preferente de dar la propia aportación a la educación-evangelización del niños y jóvenes.
Juan Bosco, nace en una familia de profunda vida espiritual, en un caserío donde se sentía el influjo laicista de la época. Es iniciado en la fe, y en el catecismo por su madre que fue referencia fundamental en su vida espiritual. Ella supo transmitirle la visión optimista de la vida basada en la paternidad providente de Dios, en los momentos trágicos de su infancia, le enseñó a tener una
mirada contemplativa de la naturaleza y disfrutar la cercanía de Dios que nos conoce
profundamente y siempre nos ve. Le enseñó la devoción filial y tierna a la Virgen.
Mamá Margarita lo va orientando en cada momento con palabras oportunas, firmes y llenas de una
profunda espiritualidad de seguimiento radical de Jesús. Sus orientaciones espirituales son
constantes, oportunas, concretas y significa.
Algunas cuestiones:
1. ¿Cómo trato de vivir los valores evangélicos en mi familia?
2. ¿Logramos la unidad en nosotros mismos y en la familia o andamos dispersos? (Comentar)
3. De los principios dados por don Bosco ¿cuál/les tendría/mos que reforzar más?
4. ¿Disfruto de la cercanía de Dios y la transmito?
5. ¿Qué orientaciones sueles dar a los tuyos?
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