domingo, 9 de noviembre de 2014

Lectio Divina domingo XXXII del T.O.



Domingo XXXII T.O. Ciclo A

Mt. 25.1-13

9 Noviembre 2014







Jesús,
Hazme hablar siempre como si fuese la última palabra que digo.
Hazme actuar siempre como si fuese la última acción que hago.
Hazme sufrir siempre como si fuese el último sufrimiento que tengo que ofrecerte.
Hazme orar siempre como si fuese la última posibilidad que tengo aquí en la tierra de conversar contigo








TEXTO BÍBLICO Mt. 25.1-13


Parábola de las diez vírgenes.

Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.

El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas.

Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.

Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».




La parábola que Jesús nos propone, describe una tradición judía. Se trataba de acompañar a los novios desde la casa de los padres de la esposa, donde estaban las protagonistas de la parábola, hasta el hogar del esposo. Cuando éste llegaba a la casa de los padres de la novia, se organizaba una procesión festiva con lámparas y cantos. Era, pues, necesario que las vírgenes o doncellas tuvieran su lámpara encendida para acompañar al esposo que llegaba. La imagen de la luz y el tomar conciencia de que hay que mantener la lámpara encendida cala muy deprisa en la vida de la Iglesia. Entre los primeros cristianos al bautizado se le llamaba también “iluminado”: porque había sido iluminado con la luz de Cristo y había pasado de las tinieblas del pecado a la luz del amor de Dios. El cristiano era como una lámpara cuya luz debía alumbrar a todos los de la casa. Esos cristianos seguimos siendo nosotros.

También nosotros tenemos la obligación de vivir con la lámpara encendida, de iluminar a este mundo que vive entre tinieblas. Tenemos que ayudar a los que no conocen a Cristo o lo conocen sólo de oídas, pero no han hecho experiencia de su amor. 

…el esposo se hace presente. Algunas de las doncellas no tienen el aceite suficiente y piden a las prudentes, pero reciben como respuesta una negativa que resulta desconcertante. ¿Por qué no pueden compartir su aceite? La preparación para la llegada del esposo es un asunto personal. Cada uno somos responsables de ir preparando nuestro encuentro definitivo con Dios por lo que no podemos dar de nuestro aceite. El aceite representa el amor generoso que mantiene el alma vuelta hacia Dios y hacia los hombres. El amor que es donación de uno mismo. La capacidad de desgastarse en el servicio a los demás. Aquellas mujeres prudentes estaban preparadas para la llegada del esposo. Las insensatas son imagen de lo que significa ir al encuentro de los últimos acontecimientos de la vida, sin estar convenientemente preparado, dejando morir en el corazón el amor primero. El esposo quiere que todos participemos en el banquete de bodas y nos invita a estar en vela, en tensión, para conseguirlo.






En muchos momentos del Evangelio Jesús nos habla de su regreso. La espera del Reino es la cumbre de una vivencia de amor con Dios, trabajada cada minuto, estando atento a ese momento preciso.

¿Cuáles son los momentos que más te cuesta esperar a Jesús? ¿Qué hace que tu lámpara se apague?
¿Será posible que el “esposo” (Jesús) no te reconozca porque no lo has conocido de verdad, porque no lo has reconocido en los hermanos, en los pobres, en los necesitados… o porque no te has dejado conocer en profundidad por Él?
¿Cómo puedes aplicar en tu vida la expresión que utiliza Jesús en la parábola:“velad, porque no sabéis el día ni la hora“.
Si tuvieras la oportunidad de saber el día y la hora de la llegada del Señor, ¿cambiaría en algo tu actitud y tu disposición en la vida?, ¿de qué manera?, ¿en qué, por qué?





Como la vírgenes de la parábola te estoy esperando, Señor.
Como ellas no sé el momento de tu llegada,
pero sé que vendrás a buscarme.
Ayúdame a estar preparado, a estar atento, a estar dispuesto
para que este encuentro sea motivo de alegría y gozo.






Dios no nos pide lo imposible: tan solo ese pequeño signo de vigilancia, una lámpara que sigue “velando” mientras aguardamos su venida.

Quien ama sabe esperar aunque el otro tarde. Esperamos a Jesús si amamos ardientemente el encuentro con Él, si lo esperamos amando y sirviéndole en quienes tenemos cerca y comprometiéndonos a construir una sociedad más justa.
El aceite de la lámpara es un ejemplo para mostrarnos la necesidad de estar preparados para la llegada del Señor. ¿Qué aceite te falta hoy, se te acabó o se te está acabando para esperar con la lámpara encendida de tu fe en Jesús?

Contempla a Jesús que te busca continuamente y desde tu interior dile: “Yo duermo, pero mi corazón vela. Sí, soy consciente de que no te amo bastante; pero Tú sabes que quisiera amarte más. Me sucede a menudo que me quedo como adormilado y no te espero. Señor, mira mi lámpara y mira mi aceite.






Durante la semana, pide al Señor que te regale el aceite, el amor y la paciencia que necesitas para esperarlo y para que te reconozca en su venida.
Trata de buscar a algún hermano que tenga su fe adormecida y que ha dejado a Dios de lado en su vida y acompáñalo a reavivar su lámpara.
Interioriza este fragmento de Santa Teresa, mujer llena de Dios, deseosa de Dios, agradecida al amor de Dios, que supo transmitir a su alrededor la fe y la esperanza que llevaba dentro:


Vuestra soy, para vos nací:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criasteis,
vuestra, pues me redimisteis,
vuestra, pues que me sufristeis,
vuestra pues que me llamasteis,
vuestra porque me esperasteis,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?


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